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La ciudad de los niños

“¿Cómo, no conocen ese libro? Por favor, tienen que leerlo. Ahora. Ya!”. Así de claro y fuerte fue el mensaje de Jorge Melguizo, periodista colombiano y experto en políticas públicas que estuvo en Santiago, invitado al Seminario Internacional de Economía Creativa. El charlista se refería al texto que en 1996 publicó el italiano Francesco Tonucci. Y sí, mi conclusión después de escuchar a Melguizo e investigar el tema, es que se trata de una lectura urgente. Veamos. “La ciudad de los niños” propone un cambio de paradigma. Uno difícil, pero extraordinario. Y soñar no sólo es gratis, es obligación. El libro nos recuerda que en un tiempo, le teníamos miedo al bosque, al lobo, a la oscuridad. Era el lugar donde nos podíamos perder. Era una época en que nos sentíamos seguros entre las casas, en la ciudad, con los vecinos. Allí jugábamos, organizábamos la pandilla, escondíamos el tesoro. Era nuestro mundo. “Pero en pocas décadas, todo ha cambiado. Ha habido una transformación tremenda, rápida, total, como nunca la había visto nuestra sociedad”, dice Tonucci, quien se lamenta de la manera en que la ciudad se ha convertido en peligrosa e insegura. “Por otra parte, han aparecido los verdes, los ambientalistas, los animalistas a predicar lo verde, el bosque. El bosque ha pasado a ser bello y luminoso. La ciudad, en cambio, se ha convertido en algo sucio, gris, monstruoso. Se ha vendido”. La urbe es ahora como el bosque de nuestros cuentos, según la tesis de Tonucci, quien además nos recuerda que el desarrollo ha traído otros dos males: la separación y especialización de los espacios, de las funciones, de las competencias. ¿Y quién es el que más sufre? Justamente el que no vota: el niño. “Si le arrebatamos el lugar de juego al pie de su casa y se lo devolvemos, quizá cien veces mejor y más grande, a un kilómetro de distancia, en realidad se lo hemos robado. Y punto. Al parque lejano sólo podrá ir si un adulto lo acompaña; por tanto, sólo dentro del horario del adulto. Podrá ir únicamente si se cambia, si no da vergüenza ir con él por la calle; quien lo acompaña debe esperarlo y mientras lo espera, lo vigila; pero bajo vigilancia no se puede jugar. En la nueva ciudad, rica y consumista, el niño está solo”. Es potentísima la visión de Tonucci. Es descarnada. Sin pelos en la lengua. Como padre de dos niños chicos, me hace demasiado sentido. Nuestras casas parecen cada vez más un búnker, pues en la calle hay peligro de robo, secuestro y drogas. Nos blindamos, nuestros hijos no pueden salir, se les enseña que todo extraño es sospechoso. Y, obvio, viven conectados a los aparatos electrónicos y sobre exigidos con actividades extra curriculares en lugares igual de “seguros”. Pero aquí viene la esperanza. Tonucci no sólo se queja. Propone. Dice que debemos adquirir una visión nueva. Que hay que romper el adulto centrismo a la hora de proyectar las ciudades. Que ese ciudadano medio, adulto/varón/ trabajador, debe ser sustituido por el niño. El objetivo de esta nueva filosofía en la forma de administrar la ciudad es aparentemente irrelevante y sencilla: que los niños puedan nuevamente salir solos de casa. Ahí está la piedra angular, la síntesis, la utopía. “¿Qué significa esto para la ciudad? Que ha de cambiar, toda, completamente, aunque de manera gradual. El niño se considera un indicador ambiental sensible: si en una ciudad se ven niños que juegan y pasean solos, significa que la ciudad está sana; si no es así, es que la ciudad está enferma”, dice Tonucci. Tenemos pega, señoras y señores. Y, para esto, necesitamos la guía de dos actores fundamentales a quienes Tonucci indica como los verdaderos líderes: alcaldes e intendentes. ¿Podemos empezar a pensar las ciudades desde esta nueva mirada? Yo levanto la mano y digo que sí. ¿Y usted?