En Santiago tenemos el cuarto parque urbano más grande del mundo. Un coloso de 737 hectáreas, fundado hace casi cien años y cuyo nombre es Parque Metropolitano, aunque muchos prefieren llamarlo Cerro San Cristóbal. Pero no, es mucho más que un cerro, es un parque con dos espectaculares piscinas (la Antilén debe ser una de las con mejor vista en nuestro continente), un zoológico, la Plaza México, una casa de la cultura, los juegos infantiles Gabriela Mistral y muchas áreas verdes para descansar, besuquearse y hacer deportes. Repito. Tenemos uno de los parques más grandes del planeta. Con accesos desde distintas partes de la ciudad. Un lujo. Una bendición urbana. Sin embargo, 56% de los chilenos admite que nunca o casi nunca visita los parques o plazas públicas, según una encuesta realizada en 103 comunas por el Minvu. Más gráfico aún. El Parque Metropolitano de Santiago recibe 4,5 millones de visitas al año versus las 25 millones de visitas anuales que recibe otro “parque”, el mall Parque Arauco, por poner sólo un ejemplo.
Me pregunto cuántos de los santiaguinos que no usan el parque, que no aprovechan sus dependencias, se habrán quejado en alguna comida de las pocas áreas verdes que tiene la ciudad. Algo que puede ser cierto si se mide en metros cuadrados por habitante, pero que en el comentario a la rápida obedece mucho más a flojera y apatía. Como habitante interesado en mi ciudad, el año pasado empecé a seguir la ruta de los parques que administra el Parque Metropolitano de Santiago. Se trata de 16 parques, repartidos por toda la Región Metropolitana, de norte a sur y de oriente a poniente. ¿La verdad? Quedé impresionado. Así como el Parque André Jarlán de la comuna de Pedro Aguirre Cerda tiene muy poco que envidiarle en tamaño y belleza al Parque Bicentenario de Vitacura, de la misma manera uno se sorprende con la calidad del Parque La Castrina en San Joaquín, los parques Mupuhue y La Platina en La Pintana así como el parque Violeta Parra en Lo Espejo. Para qué decir el espectacular Parque Bicentenario de La Infancia en Recoleta, diseñado por una de las mejores oficinas de arquitectos de Chile o el Cerro Blanco, una verdadera reserva indígena donde puedes darte baños de luna o hacerte un temazcal.
Y eso que estamos hablando sólo de algunos de los 500 parques urbanos con más de una hectárea y quince recintos con más de 30 hectáreas que hay en todo Chile. Conectemos ahora con el título de esta columna. #TefaltaParque es una iniciativa gubernamental que tiene como objetivo hacer que volvamos al parque. Al que sea: urbanos como el Forestal, el O´Higgins, la Quinta Normal, el de los Reyes, el Araucano, el Padre Hurtado (ex Intercomunal), el Bustamante, el Uruguay (que bordea el río y la Costanera en Providencia) el de las Esculturas, el Cerro Santa Lucía; o esos que son perfectos para el fin de semana, como Yerba Loca, Río Clarillo o la Quebrada de Macul.
Hay mucho parque y hay que hacerlos nuestros. Hace bien. Te cambia el switch, te desconecta, te recuerda que tienes cinco sentidos, te encariña con tu ciudad y te mejora la calidad de vida. Pero hay algo más profundo. En una de las brillantes columnas del escritor Miguel Laborde, gran conocedor de arquitectura y urbanismo, este académico cita al psicólogo Jorge Ossa, quien dice que se percibe un trauma en la psiquis del chileno, que requiere de muchas áreas verdes para sanar. “A diferencia de la mayoría de los países de América Latina, de altos porcentajes indígenas, o de los vecinos del Cono Sur con su cercana raigambre europea -Argentina y Uruguay-, el caso de Chile sería más complejo: un país mestizo, mezclado. El trauma no está ahí, son muchos los países de población diversa. El problema residiría en la tensión que resulta de un hecho histórico asociado: un padre ausente y distante, opuesto a una madre presente y cercana. Un padre asociado al conquistador frío e indiferente que se refleja en sus duras ciudades, contra una madre vinculada a la naturaleza, que acoge y consuela. Eliminar una plaza equivale a “sacarle la madre” a un barrio entero; por el contrario, construir una, y con mayor razón un parque, suaviza la dureza de lo construido y marca un triunfo de la vegetación sobre el cemento”, explica Laborde. Más claro, imposible. Donde haya un área verde, una plaza, un parque, los chilenos nos sentimos bien. Nos sentimos Mejor. Lo necesitamos. Más de lo que creemos.