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Santiagoadicto

El 11 de diciembre del año pasado escribí en estas mismas páginas una columna titulada “¿Cómo que Santiago es fome?”, donde piropeaba a la ciudad que me vio nacer y en la que vivo hace más de 40 años. 26 días después, exactamente un 7 de enero, el diario más importante del planeta, The New York Times, titulaba “The 41 places to go in 2011” (“Los 41 lugares a donde ir en 2011) y ponía a Santiago no en el lugar 40, ni en el 28 ni en el 12, sino que en la primera posición, gracias a lugares como el GAM, el Museo de la Moda, el Hotel W y el Festival Lollapalooza. Ha pasado casi un año, tiempo suficiente para concluir mi proceso de conversión: antes era un admirador de la capital, ahora soy un adicto a Santiago o un “Santiagoadicto”, como me he bautizado. Mi ceremonia de graduación ocurrió la semana pasada: caminaba por la calle Bandera -audífonos conectados a mi MP3, celular actuando como cámara, cual turista que re-conoce su propia tierra- cuando veo un edificio amarillo de la década cincuenta en el número 883. Era muy atractivo por fuera, pero una vez dentro de la recepción quedé boquiabierto: todo era de mármol, la estética era art decó, la altura era como la de un palacio. Una belleza. Salgo, busco la señalética para saber con qué calle hace esquina Bandera y leo “Aillavilu”. Plop. Jamás había escuchado ese nombre en mi vida, a pesar de que trabajé diez años en el centro. Decido saber de qué se trata la callecita en cuestión, enfilo por ahí, cuando a los pocos pasos veo varias chaquetas de cuero colgadas en plena fachada de una casa. Es la tienda “Cueros, motos y rock and roll”, un paraíso para los motoqueros vintage y un lugar con música potente, dueños con look de película de Tarantino y hasta la réplica en yeso de un monstruo que sale de su tumba, en pleno techo del local.

A pocos metros, encuentro una especie de mini persa de discos usados, donde me quedo pegado más de una hora. Y en la esquina, se me aparece “La Piojera”, el bar más chileno de Chile, “Monumento Sentimental” según el guachaca Dióscoro Rojas y zona de los famosos “Terremotos”. Una sola cuadra tiene Aillavilú, pero todo eso está ahí, esperando romper ese mito enquistado en tanto santiaguino que no duda en decir que su ciudad es aburrida y que acostumbra funar a su desconocida metrópolis. Con el pecho inflado por la gran sorpresa, sigo caminando. El sol se empieza a poner, las vistas sobre algunos de los exquisitos edificios antiguos de Teatinos se vuelven irresistiblemente fotogénicas, llego a la esquina de Moneda con Morandé y me quedo de pie, durante un par de minutos, contemplando esa construcción afrancesada de 1916 que fue la sede del Diario Ilustrado y que hoy alberga a la Intendencia de Santiago. Qué lugar más lindo. Y qué belleza es el centro de Santiago cuando uno deja de mirar al suelo, se da tiempo, levanta la cabeza y se conecta con la urbe. Y es sólo un botón de las espectaculares opciones que tiene este extraordinario trozo de tierra. ¿Sabían que todos los domingo y festivos el Transantiago tiene un recorrido especial por museos, centros culturales, zonas típicas y edificios patrimoniales, de 10:00 a 18:00 horas, por el que hay que pagar una sola vez el pasaje? ¿Sabían que en el primer piso del Edificio Forum (Providencia 2653), entre tiendas de odontología y farmacias naturistas, hay un espectacular mural del escultor Federico Assler? ¿Sabían que la Municipalidad de Recoleta organiza visitas nocturnas al Cementerio General? ¿Sabían que hasta el 20 de noviembre se puede visitar CasaCor, la mayor muestra arquitectónica, de diseño y decoración de Latinoamérica, y segunda a nivel mundial, en el Santiago Paperchase Club? ¿Sabían que no sólo fuimos la primera ciudad fuera de Estados Unidos en ser sede de Lollapalooza, sino que entre el 16 y 18 de diciembre seremos la primera ciudad fuera de Amsterdam en recibir el Festival Mysteryland? Estamos hot porque tenemos una ciudad extraordinaria. No sólo a una hora del mar y a una hora de la nieve. Mucho mejor que eso: a minutos del bullante Barrio Italia, el precioso Barrio Yungay y el cada vez más entretenido Barrio Italia. Al lado de iglesias, sinagogas y mezquitas que hay que conocer. De tiendas vintage de lujo en pleno Huérfanos como “Artista del hambre”.

Y rodeados por esa invención chilenísima que son los caracoles. Cerca de exquisitos supermercados de comida oriental, como los de Patronato. Y a pasos de restaurantes como el Quitapenas, donde se puede comer pernil, chorrillana y cazuela. Hay mucho. De todo. Basta andar en “Dodge patas”, como decía mi viejo, o subirse a una micro o al metro. Y recorrer. Y gozar. Y sentirse chocho de la mansa ciudad que nos gastamos.