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Temazcal: la experiencia más bizarra de mi vida

Imagínate encerrado durante casi una hora en un lugar completamente oscuro, con la misma temperatura de un sauna y la misma humedad de un baño turco. Imagina ahora que el lugar es entero de tierra y mide 3 x 3 metros. Imagina que en el estrecho lugar hay otras diez personas en paños menores. Y, por último, imagina a un tipo tocando un tambor mapuche en tu oreja y cantando canciones que dicen cosas como “Pachamamita”. Ahora deja de imaginar, porque esto es real. 100% real. Se llama Temazcal y lo hacen fin de semana por medio en el Cerro Blanco, lugar que desde hace cientos de años es considerado un centro ceremonial indígena y que está en pleno barrio Recoleta. La idea del Temazcal es un regreso al útero, al vientre materno. La gente lo hace para curarse de alguna dolencia, para purificarse, para regular los ciclos femeninos, para la infertilidad y para muchos otros nobles objetivos. Los respeto y los admiro, porque a diferencia de los 45 minutos que yo duré adentro de la “Tienda del sudor”, la mayoría de la gente permanece ahí por cerca de cuatro horas. Y a eso se debe sumar todo el ceremonial previo, que puede tomar otras tres. Ahora, hay que dejar clara una cosa: esto es sólo para quienes son capaces de meditar, de controlar el pánico, de conectarse. Mejor dicho, esto es para valientes o masoquistas. Y yo no quepo en ninguno de los dos grupos. Fue sólo el orgullo el que me permitió resistir hasta la “primera puerta” (en total son cuatro) y salir desde ese hoyo oscuro y caliente con cierta dignidad. Ríanse. Pero los quiero ver con ocho piedras volcánicas hirviendo a centímetros de sus pies, acurrucados en el barro, mojados de sudor, sin visión alguna y con la cabeza rebotando entre los cánticos. Lindo el Temazcal. Pero no para mí.