Por estos días se discute en columnas de diarios, programas de radio y redes sociales sobre la conveniencia de llevar a cabo el proyecto definitivo del Mapocho Pedaleable, el cual cuenta desde junio del año pasado con la aprobación de parte del Consejo Regional de $6.545 millones que serán financiados por el FNDR. El principal argumento en contra es que se trataría de un proyecto de alto costo y baja demanda, el cual no se justificaría socialmente. No puedo estar más en desacuerdo. El Mapocho Pedaleable no sólo abre una vía exclusiva de 5,4 kilómetros para ciclistas y peatones, sino que además destraba una puerta hasta ahora cerrada para los santiaguinos: el acceso directo al río. Quienes tuvimos la oportunidad de experimentar esta sensación durante los períodos de prueba del Mapocho Pedaleable (273.000 personas en tres meses) entendimos lo notablemente diferente que es vivir el río Mapocho en directo. Es la única manera de romper mitos: huele bien, a diferencia de lo que aún creen muchos; hay una deliciosa brisa, el sonido es relajante, se trata de un oasis de paz y tranquilidad. Acercarse al río es el primer paso para conocerlo, respetarlo y quererlo como ícono de nuestra identidad. Es un cambio cultural que necesitamos, que tiene siglos de atraso y eso es imposible de medir con argumentos como “tuvo baja demanda”, cuando los miles de personas que lo usaron en el período de prueba tuvieron que hacerlo en una condición de mínima calidad en comparación con lo que será la obra cuando éste terminada. ¿Qué lógica tiene usar como base de argumentación “un piloto de 2 kilómetros con rampas de andamios y una vía en condiciones precarias”, en palabras del concejal Tomás Echiburu -uno de los creadores de la idea- cuando el proyecto definitivo contempla casi el triple de extensión, cinco accesos con accesibilidad universal, rampas, escaleras, accesos de hormigón y una pista que tiene entre ocho y doce metros de ancho donde habrá espacio no sólo para una excelente ciclovía, sino que además para peatones, runners, patinadores, skaters, personas en sillas de ruedas, personas con sus mascotas, chicos y grandes, es decir, para todos los que quieran acercarse al río?. El Mapocho Pedaleable no es una ciclovía cara, como algunos la están tratando de tildar. Primero, porque no es una ciclovía, es un espacio para distintas formas de movilidad; segundo, porque cuesta una bicoca al lado de cualquier proyecto que involucre automóviles; pero, sobre todo, porque hay que entenderlo como una llave que abre un mundo hasta ahora desconocido por los santiaguinos: el río, nuestro río. Y eso no tiene precio. Hablo del río a la altura del río. Del río con el sonido del río. Del río con las texturas y los colores y las fragancias y los surcos y el color de nuestra geografía y su vegetación y su fauna y su extensión y su profunda conexión con la historia de esta ciudad. Jugársela por el Mapocho Pedaleable es regalarle a Santiago una extraordinaria ruta libre de autos, sin duda. Pero es tanto más. Es el camino para lograr un cambio de paradigma cultural. Es un ejercicio urbanístico para aumentar exponencialmente el cariño por nuestra ciudad. Y es, será, un atractivo turístico de extraordinaria importancia cuando esté implementado. Sumará una ruta, un panorama perfecto para recorrer parte de la zona histórica de la ciudad de manera novedosa y segura. Nos situará, se los aseguro, en los rankings de las ciudades que mejor se vinculan con su patrimonio natural. Nos inflará de orgullo. Nos enamorará aún más de Santiago. Y no es caro. Todo lo contrario. Es una tremenda inversión en identidad, en autoestima ciudadana, en turismo y en movilidad sustentable que se recuperará apenas el Mapocho Pedaleable sea inaugurado.