Dicen que el Metro es la auténtica democracia de las grandes ciudades. Un director de empresa, un inmigrante sin papeles o un estudiante lo utiliza de la misma forma por su rapidez. Sin clases, sin tarifas especiales, ni extras, sólo transporte. Todos iguales. Esta reflexión no es mía, le pertenece a un columnista español, pero refleja la opinión de muchos de los santiaguinos que admiramos al Metro de Santiago. Nuestro sistema de transporte público subterráneo es uno de los pocos ejemplos de transversalidad en cuanto a su calidad, ya sea desde la limpieza de sus estaciones y vagones hasta la frecuencia de sus recorridos: no importa si es la estación Manquehue en la comuna de Las Condes o Las Mercedes en Puente Alto, el metro ofrece un servicio parejo a lo largo de sus más de cien kilómetros de extensión. Más democrático, imposible. Justo lo que necesita una ciudad tan segregada como Santiago. Pero no se trata sólo de la eficiencia a la que Metro nos tiene acostumbrados, a pesar de la inmensa carga que les ha significado la puesta en marcha del Transantiago. Hay otra cosa. Quizás igual de relevante. El metro de Santiago es el museo más grande de Chile. Inmensa, ambiciosa y emocionante es la cantidad de arte que se despliega en sus muros, techos, paredes y suelos. Otro ejemplo de acceso democrático, en este caso a la cultura. “Miramos el mural cerámico de Matta y unos minutos después, el desborde las instalaciones de Samy Benmayor y Francisco Smythe en la estación Baquedano; vemos unirse la hiperrealidad de los paisajes de Guillermo Muñoz Vera en la estación La Moneda con las alucinantes abstracciones de Pablo McClure en la estación vecina, Los Héroes; seguimos el constructivismo de Ramón Vergara Grez en la estación Los Leones y luego nos reciben los azulejos de Rogério Ribeiro en la estación Santa Lucía, regresamos a la estación Baquedano y vemos ahora Ojo en azul, el acrílico iluminado de Hernán Miranda y un poco más allá la silueta de los caballos de Matías Pinto D´Aguiar”, escribe el poeta Raúl Zurita en el libro “Las nuevas catedrales”, edición de gran formato que hace un recorrido por toda la obra plástica del metro y cuyo título viene del término que usó el mismo Zurita a fines de la década noventa a propósito de la inauguración de los grandes murales de Smythe y Benmayor. Arte de grandes proporciones, con la firma de algunos de nuestros más importantes creadores, totalmente gratuito y frente a nuestras narices. ¿Sabías que Mario Toral se dedicó única y exclusivamente durante cinco años a pintar el mural “Memoria visual de una nación” que está en la estación Universidad de Chile? Es nuestra historia, la de los selk´nam, Neruda, Violeta Parra, la masacre del seguro obrero, Huidobro, la Mistral, las deidades mapuches, la Moneda ardiendo. Todo eso pintado en uno de los murales más grandes de América, que supera los 1200 metros cuadrados. ¿Sabías que el mural que pintó Alejandro “Mono” González en la Estación Parque Bustamante es el más largo de Chile? Mide 223 metros lineales, es un homenaje al trabajador chileno y existe desde 2008. “Las pinturas, los diseños, los murales y azulejos que vemos emerger desde las ventanas de los vagones o que nos salen al encuentro cuando descendemos por las escaleras mecánicas son una lección de humanidad, un gran recordatorio del infinito que contiene cada segundo de nuestra existencia” nos dice Zurita. Hoy en día, cuando la discusión por el transporte vuelve a ocupar la agenda de los candidatos presidenciales, es bueno tener conciencia de la importancia que tiene nuestro Metro. Porque, a diferencia de otros medios de transporte, metro es mucho más que eso. Metro es un cañón de democracia.