“Caminar es una maravilla olvidada por este tiempo. No caminar, como los ingleses, el mismo camino. Andar a pie todo lo que está medianamente cerca de nuestro pueblo. Caminar me aviva entero el cuerpo y la mente: hay un alma de los caminadores y otra de los poltrones. Camino rápido, a grandes zancadas inglesas”. La frase es de Gabriela Mistral, fue escrita en 1925 y es lo primero que se puede leer en “Caminando. Prácticas, corporalidades y afectos en la ciudad”, libro editado por el sociólogo Martin Tironi y el antropólogo Gerardo Mora, donde ambos suman sus textos a otras ocho notables reflexiones de investigadores locales que están desarrollando formas específicas de entender el caminar. Una cuestión, hasta hora, sólo estudiada en Chile y Latinoamérica desde la planificación urbana como forma de movilidad, “dejando de lado las dimensiones más perceptivas, corporales y afectivas de esta práctica”, explican los autores en el prólogo. Debo confesar que soy un adicto a caminar, razón por la cual este libro me sedujo de inmediato. Es mi único deporte, es uno de mis principales medios de transporte (“Dodge patas” decía mi padre) y es, literalmente, un vicio: si un día camino menos de diez kilómetros, ando de malas pulgas. Es mi forma de gozar Santiago, de poder mirar la ciudad como la mira un turista, de detenerme en pequeños detalles, de observar edificios, vitrinas, gente, de sentir olores, de escuchar los sonidos de la urbe, de encontrar otras vistas gracias a ese subutilizado ángulo de 45 grados que se logra al levantar la pera. Caminar es placer y es, al mismo tiempo, aprendizaje. “Caminar sutilmente desestabiliza y resiste la transitabilidad organizada de la ciudad. Al tocar las superficies, olfatear las grietas, respirar el aire y percibir la luz y las sombras de un entorno urbano perpetuamente cambiante, el caminar deshace la conexión, escapa el confinamiento e invierte la contención. Al hacerlo, hace renacer la ciudad.”. Gran párrafo de Tim Ingold, antropólogo británico, quien lo escribió especialmente para elogiar la obra de Tironi y Mora. “Vencer el capitalismo caminando”, decía Walter Benjamin, quien en 1833 publicó su tratado sobre el arte de caminar y sentó las bases del “flâneur”, ese peatón que es, al mismo tiempo, un revolucionario, pues niega la utilidad de las cosas: pasea por pasear, para mirar. “Caminar, en el contexto del mundo contemporáneo, podría suponer, al decir del francés David Le Breton, una forma de nostalgia o de resistencia, puesto que no deja de ser una pérdida de tiempo. Y perder el tiempo es un gran pecado, o cuando menos una equivocación, en esta sociedad de urgencias y de disponibilidad absoluta para el trabajo o para los demás”, escribe Julio Llamazares en una columna del diario El País. Caminar es, además, un precioso ejercicio de pensamiento a través de las asociaciones libres que regala la vereda, lugar donde jamás hay rutina o repetición. ¿Tiene sentido tomar la micro o subirse al auto para ir al gimnasio a trotar en una máquina? ¿No es más lógico, más orgánico si se quiere, y mucho más delicioso, aprovechar el horario de verano para caminar una parte o el total del trayecto de vuelta a casa? Si muchos más camináramos, estaríamos conscientes de la desigual calidad de las veredas, del protagonismo absurdo de los autos en la ciudad, de semáforos tan cortos para el peatón que ni corriendo permiten cruzar la calle sin riesgo. Si muchos más camináramos obligaríamos a nuestros políticos a caminar y a ponerse en nuestro lugar. Necesitamos una reconquista peatonal y, la buena noticia, es que ya hay un proyecto con ese mismo nombre que lideran dos arquitectas, Nicole Pumarino y Karen Seaman, quienes tienen muy claro su objetivo: “Buscamos reivindicar la caminata como forma de habitar y moverse en la ciudad. Recolectamos experiencias de peatones. Caminamos”. Sígalas en el Instagram @LaReconquistaPeatonal, cómprese el libro de Tironi/Mora y camine. La vida le va a cambiar.