Pepa Pedraza es diseñadora, vivió muchos años fuera de Chile y, cuando volvió a Santiago, sólo consideró una opción para establecerse en la ciudad: el centro. En el Portal Fernández Concha encontró el espacio con el que soñaba, es decir, un departamento frente a la plaza más importante de la capital, con cielos de cinco metros de altura, fantásticas vistas, terminaciones de lujo y a pasos de todo. Pepa ama esta ciudad, goza cada día la majestuosa arquitectura de Josué Smith Solar (autor además del Club Hípico, la Universidad Federico Santa María y el ex Hotel Carrera), disfruta la diversidad de la comuna que habita y ve cómo cada vez son más las personas que eligen el corazón de Santiago para su lugar de residencia. Sin embargo, y a pesar de tantas bondades, Pepa tiene los nervios de punta. Duerme mal. Despierta sobresaltada. Debe mantener las ventanas de su departamento cerradas a pesar del intenso calor primaveral. Cada día, sin interrupción, desde muy temprano en la mañana hasta poco antes de la medianoche, uno o varios predicadores se toman la Plaza de Armas con sus arengas. Estos sermones tienen dos características que los hacen particularmente complejos. Primero. El orador no se conforma con su voz, sino que usa un sistema de parlantes para que esa prédica la escuchen todos, los que quieren y los que no. Segundo. Se trata de una perorata habitualmente ofensiva contra varios grupos de minorías, especialmente la comunidad LGBTI. Dicho en fácil: son prédicas absolutamente homofóbicas. Volvamos al departamento de Pepa. Son las ocho y media de la mañana de un domingo cualquiera, ella lleva pocas horas de sueño porque la noche anterior fue a una fiesta y la tranquilidad dura hasta ese instante. A pocos metros, premunido de altavoces, un moralista (el sinónimo es de la Real Academia Española para “predicador”, la cual también ofrece las opciones de evangelista, propagandista, catequista y sermoneador) empieza con una cháchara que no se detendrá por más de doce horas, pues siempre que termine la rutina de uno de estos personajes habrá empezado antes la de otro u otros similares. Pepa no sólo debe aceptar que le chillen en la oreja todo el santo día, sino que además debe escuchar gritos de odio y discriminación que atentan contra lo más íntimo de sus valores. Pero si la paciencia de Pepa ya está en el límite, ésta da un paso más cuando el propio municipio contribuye con lo suyo, al organizar eventos donde tampoco hay límite de decibeles, en los cuales pareciera que la Plaza de Armas de Santiago es una chingana nacida para desesperar a sus pobres vecinos. Una cosa es el derecho a la libre expresión en los espacios públicos. Otra muy distinta es el atropello de otro derecho, el de vivir y trabajar en paz, que tienen los residentes, los oficinistas y por supuesto, el resto de los ciudadanos que también se desempeñan en ese lugar, como son los pintores, guías, guardias y carabineros. La solución es simple y debe ser ejecutada de inmediato: prohibición de uso de parlantes por particulares con penas de alto nivel monetario; letreros muy visibles que señalen esa prohibición y el valor de las multas; un administrador de la Plaza de Armas que haga cumplir la ley y que tenga relación directa por whatsapp con los vecinos de los edificios que rodean el lugar; disminución al mínimo de eventos organizados o permitidos por la Municipalidad. Y una cosa más, que al final es la fundamental: sentido republicano y valentía política para hacer lo que se debe hacer. Por Pepa. Y por los otros cientos de víctimas de la palabra del santísimo.