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La guerra del logo

Hace tres semanas, la portada de este diario llevaba en su esquina superior derecha, dos fotos. Eran los dos logos que se anunciaban como finalistas para convertirse en la imagen oficial de la ciudad de Santiago. En las páginas de adentro de esa edición del 26 de septiembre, se ampliaba la información y se indicaba el sitio en el cual se podía votar. Fue el comienzo de un pequeño levantamiento social: éramos cientos, primero; y miles más tarde, los ciudadanos molestos con las alternativas que se presentaban y con la manera en que se había pensado y ejecutado el proyecto de logo para Santiago. Cartas al director, tuiteos furiosos, comentarios en Facebook, columnas en medios especializados como Plataforma Urbana, comentarios de gente como el Presidente del Colegio de Arquitectos. Por todos lados hacía agua la idea de la Corporación de Desarrollo de Santiago (CORDESAN) -en alianza con seis comunas capitalinas, Sernatur y otras organizaciones de turismo y diseño- de crear una marca turística unificada para promocionar Santiago. Y razones sobraban. El slogan utilizado, y prefijado por los organizadores, era “Siente todo Chile”. Críptico, centralista y sin ninguna relación con los logos. Los logos, por su parte, no sólo aparecían como opciones pobres y carentes de creatividad, sino que uno de los dos finalistas fue acusado de plagio por la Fundación para la Confianza. Y razón tenían. ¿Un desastre épico? No, todo lo contrario. Una extraordinaria demostración de que hoy la ciudad en la que vivimos nos importa. Mucho. Diez años atrás, esta discusión no hubiese existido porque nadie hubiera reparado en la noticia. Hoy, en parte porque varios lugares de Santiago han sido reconocidos internacionalmente por la prensa especializada (La Vega, el Mercado Central, el Emporio Rosa) y porque la ciudad como un todo ha sido vitoreada por medios tan influyentes como el New York Times y CNN Internacional, estamos más conscientes de lo que tenemos. Y los santiaguinos, por primera vez, estamos dejando de decir “Santiasco” y, en cambio, comenzamos a preocuparnos por nuestro patrimonio. Tangible e intangible. Desde esa perspectiva, un logo, un slogan, es la síntesis máxima de lo que queremos comunicarle al mundo cuando decimos Santiago. Entonces esperamos que, si vamos a usar un símbolo, una marca, un ícono, éste sea muy bueno. Extraordinario. Como el “I love New York” o el “I Amsterdam”. Y exigimos altísima calidad. Queremos ver a los mejores diseñadores compitiendo. Queremos participar en el proceso. Queremos alto profesionalismo. Si no, mejor que no haya logo, ni slogan ni nada. Si la ciudad ya está. Y cada vez la queremos más. Pero debo decir que no sólo este reencanto por nuestra urbe es uno de los buenos síntomas de esta polémica. Hay otro. Hace pocos días me tocó participar en el debut del movimiento “Fuerza Pública”. Como orador, hablé de las malas prácticas que hay en nuestro país en todos los frentes. Pues bien. He sido testigo de lo contario. A pesar de ser uno de tantos que usamos las redes sociales y las plataformas digitales para manifestar nuestro descontento por la mediocridad de los logos finalistas, o justamente por eso, fui invitado junto a otros dos “opositores” a una reunión con la alcaldesa de Santiago y el director de la CORDESAN. Nos explicaron con detalle todas las buenas intenciones y el profesionalismo con el que habían realizado el proyecto, nos escucharon presentar nuestras inquietudes como críticos al proyecto (otro de los “opositores” era el emprendedor y arquitecto David Assael, cofundador de ArchDaily), se comprometieron a analizar la situación y a darnos una respuesta. Así fue. El viernes pasado se nos comunicó que la votación se alargaba por tres semanas, que el slogan se acortaba a “Chile”, que los votantes podrían hacer sugerencias de slogans y, lo más importante, que se agregaba la alternativa “Ninguna de las dos opciones” para competir en votos con los dos logos finalistas. Si esa gana, el concurso deberá repetirse. Algo que permitirá aumentar considerablemente la calidad y cantidad de propuestas. Confieso que todavía estoy impresionado de esta excelente práctica que llevaron a cabo los organizadores del concurso. Argumentaron, escucharon, tomaron las sugerencias en cuenta, fueron flexibles y mejoraron la calidad del concurso con los cambios. Eso es tanto o más importante que el logo de Santiago. Es la actitud que hoy esperamos de nuestros líderes.