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La contaminación no nos importa

La tesis es simple: la contaminación no nos importa a los habitantes de Santiago. Argumentos hay demasiados. Hacemos asados con carbón cada vez que se nos ha pedido no hacerlo. Usamos el auto aunque esté con restricción. Prendemos la calefacción a leña o con pellets en días prohibidos por ley. No somos capaces de cambiar el sistema de calefacción a uno menos contaminante aunque tengamos la posibilidad económica. Peor aún, nuestra ignorancia respecto de cuáles son las fuentes principales del smog en Santiago raya en la negligencia: no leemos, no nos informamos y opinamos con furia en las redes sociales sin tener la menor idea de lo que estamos diciendo. Y hay más. Quizás éste es el punto menos evidente pero, al mismo tiempo, el más grave. Si de verdad nos importara morirnos un poco cada año, si realmente nos dolieran las guaguas y los viejos que repletan consultorios, clínicas y hospitales cada invierno, entonces habría gente pensando en resolver el problema. No hablo sólo del gobierno, pues siento que en este caso puntual estamos en manos de un grupo de profesionales responsables en el Ministerio de Medio Ambiente. Me refiero especialmente a los privados, a nosotros, a todos quienes padecemos este mal cada año, de manera tan extrañamente pasiva. Y, por supuesto, a la falta de ideas que podrían transformarse en emprendimientos anti contaminación y, más tarde, en la luz al final del túnel. Como ejemplo, basta pensar en la escasez de alimentos para la población mundial actual: es desde ese problema que se crearon los alimentos transgénicos, que quizás a usted podrán parecerles muy poco new age, pero que le permiten a miles de millones de seres humanos no morir de hambre. Desde una crisis, una solución. Desde una necesidad real, ideas que se convierten en mejorías. ¿Cómo es que no tenemos un concurso de ideas con premios millonarios para derrotar la contaminación? ¿Cómo es posible que el Estado -ahora sí, salgamos de la política contingente- o los privados no seamos capaces de generar un espacio para que sean varios los que se pongan de cabeza a pensar en este problema, que es por lejos el asunto ambiental más crítico e importante para siete millones de chilenos? Hay un caso excepcional que sólo confirma la regla. Una idea que le pertenece al arquitecto Luis Sartorius y que se postula como teoría para ventilar ciudades contaminadas. Se llama “Greendrone city” y la pueden ver en www.luissartorius.com/greendronecity.html Deberíamos tener decenas, centenas de esas propuestas. Deberíamos estar metiendo fondos (plata, mucha plata) de todos los orígenes posibles para darles a los habitantes esta hermosa cuenca un respiro definitivo. ¿Pero qué hacemos? Nos reímos de las autoridades que nos llaman a controlar el canibalismo en las noches en que juega la selección de Chile, reclamamos contra la restricción a pesar de que la suma de todos vehículos sigue siendo responsable de un tercio de problema y, he aquí la guinda de la torta, recién nos estamos empezando a enterar de que la leña es la que responde por más del 60% de la contaminación en invierno. Sí, en Santiago. No se me ocurre otra explicación: no nos importa respirar veneno. Si no, algo estaríamos haciendo. Algo más que hablar pestes de la ciudad en la que vivimos mientras esperamos que el carbón llegue a su punto ideal de temperatura y, en la pantalla del televisor, el árbitro dé el pitazo inicial del partido.