Permítanme comenzar con un ejemplo para ilustrar la tesis de esta columna. La ciudad de Santiago tiene aprobado y en marcha un proyecto de bicicletas públicas en once comunas, las que se suman a otras tres que ya usan (o están a punto) el mismo proveedor. De aquí a mayo de 2015 serán catorce las comunas que formarán parte del Sistema Integrado de Bicicletas Públicas (SIBP). Una gran noticia, sin duda. Pero con los lamentables lunares de una región -y una nación- donde cada alcalde puede, si lo desea, comandar su municipio como si fuera un feudo. ¿A qué me refiero? A Las Condes, que decidió jugar en solitario y prefirió tener su propio sistema de bicicletas. Lo que implica que esa comuna de la zona oriente no sólo se resta del SIBP sino que afecta a todos sus usuarios, pues cualquier viaje en bicicleta desde o hacia Las Condes implicará transbordos absurdos, largas caminatas, así como el uso y pago de dos tipos de membrecías. Un ejemplo, tal como decía al comenzar, de un país donde no existe autoridad sobre las ciudades. ¿Que hay un Intendente, dice usted? Le cuento: el Intendente en Chile no tiene recursos ni poder, salvo para autorizar una marcha y otra cantidad de asuntos igual de menores. “Carecemos de una institucionalidad metropolitana para nuestras grandes ciudades y los mecanismos de coordinación entre los municipios que conforman estas áreas son prácticamente nulos. El resultado, entonces, son urbes donde se expresan flagrantes diferencias en materia de calidad de vida, pero también donde queda de manifiesto la disparidad entre municipios para gobernar sobre los procesos de configuración urbana y territorial”, explica Arturo Orellana, Magíster en Desarrollo Urbano y Doctor en Geografía Humana. Un problema que hoy afecta, especialmente, a las grandes áreas urbanas de Chile, o sea, al Gran Santiago, Valparaíso-Viña y Concepción-Talcahuano. Volvamos a la capital. ¿Por qué nadie previó que Sanhattan colapsaría con los nuevos rascacielos?¿Por qué la implementación del Transantiago no consideró las necesidades de los usuarios?¿Por qué la distribución de áreas verdes es tan disímil entre una comuna y otra? ¿Alguien tomó las riendas del desarrollo de la ciudad, o es que simplemente vamos con la corriente de la próxima elección municipal? Son preguntas que se hace Javier Vergara, Arquitecto y MSc City Design y que nos hacemos muchos santiaguinos. La respuesta es simple: “la falta de un gobierno metropolitano es, ceteris paribus la causa de gran parte de los males que explican la crisis de la ciudad”. Eso era lo que explicaba, ya en 1992, el arquitecto y ex ministro Eduardo Dockendorff. Digámoslo en palabras más 2014: nos llora un Alcalde Mayor, es decir un gobierno metropolitano supramunicipal, como tienen Bogotá, Londres, Barcelona y Nueva York; o una estructura intermunicipal, como sucede en Medellín y Curitiba. Necesitamos con urgencia un ente que dirija, coordine, planifique y vele por la ciudad completa. Nos urge una autoridad que pueda disciplinar el ego de nuestros municipios. En un país donde el 90% de la población vive en un medio urbano y al año 2020 se proyecta que tres de cada cuatro ciudadanos vivirán en un área metropolitana, es imprescindible que las grandes ciudades sean gobernadas y se termine con el Far West de los feudos municipales así como con el despelote a nivel gubernamental. “Chile no tiene una institucionalidad en materia de planificación urbana, lo cual deja que los ministerios, cada uno por su cuenta, promuevan proyectos sectoriales de desarrollo sin ninguna coordinación a nivel de supraciudad”, decía hace algunos años el famoso urbanista y profesor de la Universidad de Cambridge, Marcial Echenique, en el sitio Plataforma Urbana. Y agregaba que la figura del Intendente de Santiago, junto al Consejo Regional, debería tener un carácter de “superintendente” o “superalcalde” para fijar proyectos, ejecutarlos y hacer las coordinaciones del caso. Y en regiones lo mismo. Esta carencia de liderazgo en las ciudades de Chile es hoy un tema de consenso entre urbanistas, arquitectos y autoridades que se dedican a pensar la ciudad. Sin embargo, muchos dudan de que algún día veamos a un Alcalde Mayor sentado en su trono. Tal como advirtiera el ex alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, en una reciente visita a nuestra capital, “con un 44% de la población chilena en esta área metropolitana de Santiago, es políticamente difícil que haya una autoridad tan poderosa”. Cierto. En un sistema presidencialista como el chileno, y con un sistema tan centralista, la sola figura de un gran alcalde significaría competencia y rivalidad con la máxima autoridad del país. Sin embargo, la opción que plantea Arturo Orellana en su paper “Gobiernos metropolitanos para Chile: la necesidad versus la factibilidad”, suena tan factible como realista. Se trata de una Agencia Intermunicipal Metropolitana (AIM), “que tenga todas las facultades legales para que su accionar sea vinculante, es decir, que todas aquellas políticas sectoriales, regionales y municipales que tengan impacto en la configuración de esta área urbanas se supediten a las directrices de esta agencia. La gobernabilidad será ejercida mediante un directorio que tendrá la AIM, conformado por los alcaldes de todos los municipios metropolitanos comprometidos, cuya presidencia será una especie de vocería que se recomienda rote año a año”. Si el diagnóstico es transversal, si tenemos expertos locales así como una buena cantidad de estudios al respecto y notables ejemplos internacionales, sólo la falta la voluntad política. Es hora de darle una mano a las grandes ciudades de Chile.