La foto es perfecta para sumar elementos a la discusión: una fila de hombres esperan el transporte público en una vereda y, mientras tanto, se dedican a su pasatiempo favorito. Están absortos en su actividad, nadie habla con nadie y todos hacen lo mismo. ¿Estarán mirando el celular? ¿Quizás revisan Instagram o chatean por whatsapp? ¿Juegan la aplicación de moda? No, nada de eso: están leyendo el diario. La imagen debe ser de los años cuarenta o cincuenta y viene debajo de otra foto que muestra a un grupo de jóvenes en similar situación, pero esta vez en el presente, hipnotizados por sus celulares. Para todos los que se han “alarmado” por las hordas de muchachos cazando pokemones en las calles de Chile, la foto es, a lo menos, una invitación a reflexionar antes de escupir al cielo. ¿No hemos sido siempre iguales y lo único que cambia son los artefactos, las modas, el nombre de los pasatiempos? Desde que llegara hace algunas semanas a nuestro país, la aplicación Pokemon Go ha sido descargada más de un millón de veces. Y en el mundo, supera las cien millones de descargas. Un éxito. Un hit. Y no, la explicación no es que una horda de muertos vivientes que reemplazó a Google por Dios decidió que éste era el juego del mes. La razón del impresionante triunfo de este invento japonés es muy diferente. Y beneficioso. Y estimulante. Pokemon Go te hace caminar, te invita a recorrer la ciudad, te estimula culturalmente al obligarte a mirar y conocer esculturas y monumentos que quizás jamás ibas a ver en tu vida, te hace recorrer plazas y parques, te junta con gente, con mucha gente que está haciendo lo mismo que tú. Pokemon Go es un tremendo invento para hacer que los ciudadanos conozcan el lugar donde viven. Además, tiene una conexión emocional muy fuerte con una generación que es hija de la serie de televisión del mismo nombre. Y, por supuesto, implica pasar etapas, avanzar, ganar, competir. Acabo de tener mi primera experiencia y no pudo ser más positiva. Bajé la aplicación mientras caminaba por Providencia y, después de cazar mi primer Pokemon, noté que el Parque de las Esculturas era una gran fuente de Pokeparadas, es decir, de lugares para reabastecerse de municiones para seguir cazando. De hecho, dos de las más lindas esculturas del parque, “Estela Monumental” de Samuel Román y “Nubes cósmicas” de Cristina Pizarro, me entregaron una buena cantidad de suministros, mientras en la pantalla de mi celular aparecía la foto de las obras de arte y su respectivo nombre. ¿Se dan cuenta? Bajo la primera capa de un juego donde el objetivo es capturar monitos, Pokemon Go te abre una segunda capa, es decir, un mundo de conocimiento acerca de edificios emblemáticos, localizaciones históricas, obras de arte público (no sólo esculturas, también murales, grafitis artísticos y hasta fuentes de agua) y todo lo que implique un interés cultural. Genial, ¿no? Tanto como este otro dato: la gente se está organizando en todo el mundo para hacer las “Pokemon Go Walk”, es decir, caminatas en grandes grupos para atrapar pokemones. Usan los pies para atravesar la ciudad, recorren distancias y queman calorías, algo imprescindible en un país como el nuestro, donde las tasas de sedentarismo así como de obesidad son altísimas. Y, además, ayudan a romper esa barrera llamada desconfianza que tan mal nos hace a los chilenos. Hay más. Como se trata de un juego con capacidad de recibir retroalimentación de sus usuarios, son los propios jugadores los que van generando una gran cantidad de datos sobre las ciudades. “El número de lugares designados como de interés para y por los jugadores aumenta cada día”, explica un artículo de Plataforma Urbana, donde además muestran un mapa de “Pokeparadas de Santiago” con cientos de lugares interesantes, cada uno con su respectiva foto y descripción. Sobran los argumentos para celebrar a Pokemon Go, un juego notablemente ciudadano. Lo que falta es tener más confianza en nuestros jóvenes y saber de lo que se habla, en vez de pontificar desde la melancolía senil.