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El hombre que reemplazó al Estado

Todos lo vimos el viernes de la semana pasada. El funeral del presidente Patricio Aylwin en la plazoleta central del Cementerio General fue el último de los actos republicanos para despedir al ex mandatario. Habría sido raro que el lugar elegido por su familia no hubiera sido ese imponente espacio en la comuna de Recoleta, pues es allí donde están enterrados todos los presidentes de Chile, salvo Gabriel González Videla y Augusto Pinochet. “Una tradición, la de enterrar, honrar y glorificar, que surgió junto con la República y con la fundación del Cementerio General en 1821”, dice Tomás Domínguez, la única persona en este país preocupada de esta joya patrimonial. “El guardián de la necrópolis chilena”, lo llamó el diario La Segunda. En 2010, este arquitecto logró que el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) declarara al cementerio Monumento Nacional. Y el año pasado dio otro paso: consiguió que el World Monuments Fund, con sede en Nueva York, pusiera al camposanto en su lista de patrimonio amenazado. Una decisión que se basa en el altísimo valor cultural del lugar y en su estado de deterioro causado por los terremotos y el abandono. Pero no se queda ahí. Este héroe quijotesco está peleando para que la Unesco reconozca al cementerio como patrimonio mundial. “Conozco el funcionamiento del Cementerio General desde el año 2000 y sus problemas siguen siendo los mismos, razón por la que cumplo la función de suplir dentro de lo posible las carencias del Estado en el cuidado de este patrimonio”, explica Tomás. Es así de real y vergonzoso: un solo hombre está cumpliendo el rol que le corresponde al Estado. Tomás Domínguez tiene el catastro completo de los mausoleos y esculturas que hay en el cementerio. Conoce cada una de las cientos de obras de arte que han sido robadas. Sabe perfectamente de cada una de las tumbas y mausoleos que se han caído y que llevan años sin ser reparados. “El Estado ha mantenido la política invariable de sostener que es problema de los privados, incluso después de ser declarado Monumento Histórico y de que la Contraloría dictaminara lo contrario…un desahucio que recuerda el “pago de Chile”, agrega. Y remata con una propuesta. “La administración está en manos de la Municipalidad de Recoleta y los excedentes que produce el funcionamiento del Cementerio (entre 1000 y 2000 millones anuales) terminan en las arcas municipales destinados a gastos con retribución electoral y no reinvertidas, ni gastadas en una adecuada conservación. Por esto he sostenido desde hace tiempo que la administración y propiedad debiera estar en manos de una fundación o corporación sin fines de lucro y con un directorio que represente a los intereses del Cementerio. Una transformación de estas características, sólo puede ser impulsada por la Presidencia de la República”. Está preocupado Tomás. Y todos debiéramos estarlo. Además del evidente deterioro del Cementerio General, de los robos, de tanta negligencia, los ingresos de la institución bajan cada año debido a que la gente prefiere comprar espacios en cementerios privados. Entonces, como ya sucedió en Lima, podría llegar el momento en que el Municipio decida clausurar esta fantástica ciudad de los muertos. No puede ser que lleguemos a eso. Ni tampoco es posible que uno de los lugares más hermosos de Santiago, con esa arquitectura única que tiene el sello de Tebaldo Brugnoli, con esculturas de todos los grandes artistas de este país, donde descansan los próceres de nuestra historia y en el cual se refleja la realidad de Chile casi como un espejo en miniatura, se encuentre tan indefenso y amenazado. Por favor, que Tomás Domínguez no siga solo contra el mundo y que nuestras autoridades lo ayuden a salvar el Cementerio General.