Imposible olvidar esa clase de Geografía con el gran profesor Patricio Larraín. Debe haber sido 1989 o 1990, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Larraín, geógrafo de la PUC y ex asesor del MINVU, nos dijo que le resultaba imposible entender cómo algunas de las personas más pudientes de Chile estaban construyendo sus casas en Santa María de Manquehue, cuando se trataba de una zona de riesgo de derrumbe. La frase se quedó en mi cabeza porque simbolizaba perfectamente la negligente relación que tenemos con nuestro entorno natural. “El lugar presenta una pendiente extremadamente vertical, rocas en mal estado y un alto riesgo de inundación por encontrarse bajo la cota del Canal Metropolitano. Además, en la zona (hay) sectores con una ladera de débil resistencia ante eventos sísmicos”. Esas palabras provienen de la investigación de otro geógrafo, Reinaldo Börgel, quien se refería a un proyecto inmobiliario en esa misma zona del sector oriente. Y aunque se trataba de un grupo de edificios específicos, los demandantes, que buscaban parar la iniciativa para defender el Cerro Manquehue y conservarlo como otro gran parque para Santiago, comentaban que varias de las observaciones del profesional eran aplicables a toda la ladera del cerro. Si la gente con mayor acceso a la información no está al tanto de los riesgos geográficos del lugar donde deciden construir sus casa, y si el Estado no tiene el coraje para fiscalizar los desarrollos inmobiliarios, ¿cómo nos va a extrañar, entonces, que las víctimas del tsunami de 2010, las del incendio de Valparaíso en 2014 y, posiblemente, las del drama que se vive hoy en el norte, vuelvan a levantar sus casas en el mismo lugar donde fueron aplastadas por la naturaleza? No queremos abrir los ojos. Le sacamos el traste a la jeringa. Somos ciegos ante nuestra geografía. Y, cuando no somos conscientemente irresponsables, es el trauma inconsciente el que nos muerde la psiquis. “Le dice la madre al niño que no grite, que hable bajo. Así aprendimos a hablar en murmullos, no vaya a ser cosa que se mueva la tierra, despierten los volcanes y el río de fuego devore al río de agua, lo haga vapor y se lo devuelva al cielo”. Así comienza Miguel Laborde, uno de los cronistas que mejor entienden la idiosincrasia chilena, una de sus columnas. Ésta se titula “Sh, no hagan ruido, estamos en Shile”, donde también aventura una notable tesis respecto de la manera en que decimos el nombre de nuestro país. “El padre le enseña (al hijo) que es shileno, que vive en Shile, país de mucha costa. No Chile, jamás va a pronunciar la violenta “ch”…puede que la maestra en la escuela le diga que el defecto se puede corregir fácilmente al enseñarle a jugar imitando el sonido de una locomotora: ch ch ch… El padre calla, resignado; sabe por conocimiento ancestral, que si hay algo capaz de despertar a un volcán, es exactamente una locomotora”. Y agrega. “La otra forma para no provocar maremotos, tsunamis y erupciones volcánicas, además de hablar en voz baja, es hablar poco. Mientras más corto, mejor”. Entre la negligencia y la fobia. Así vivimos. Haga un ejercicio. Si es santiaguino, mire hacia la cordillera y nombre al menos tres cumbres. La apuesto a que no es capaz. Con suerte reconocemos El Plomo. “Por el encierro, la vida puertas adentro, desconocemos el nombre de los árboles, el vuelo de las aves, el perfil de los cerros”. El santiaguino no se encuentra con la naturaleza, todavía. Desconocemos el medio ambiente. Es la ciudad como útero…el lugar cálido y seguro, protegido, frente a lo incontrolable de la naturaleza”, escribe Laborde en uno de sus tantos libros. Cómo será nuestra miopía, que según un trabajo sobre la presencia del geógrafo profesional chileno en el campo laboral, en 1980 existían 48 geógrafos trabajando en el país. Es cierto que hoy hay bastantes más, pero si consideramos que el conocimiento es acumulativo y que hace 35 años apenas teníamos un puñado de especialistas en uno de nuestros temas más sensibles, ¿a quién puede sorprenderle la precariedad de la Onemi o la falta de previsión ante los desastres naturales? No hemos querido ni hemos sabido mirar nuestra realidad. Actuamos desde el miedo y la negación. Chile necesita terapia. Urgente.