Se le recuerda como el Bazar Krauss, aunque se llamaba Bazar Alemán. Lo fundaron los hermanos Krauss en 1875 y, tal como recuerda el blog Urbatorium, “llegó a ser la juguetería y tienda comercial más importante de Santiago y quizás de todo Chile”. Los niños iban en tranvía a la tienda de Catedral con Puente, esperaban a que abrieran las puertas y entraban ansiosos a recorrer los cuatro pisos de juguetes importados de Europa. Era tan hermoso el edificio inaugurado en 1910 (antes la juguetería estuvo en Moneda con Ahumada) que competía con las torres de la Catedral, que estaba justo al otro lado de la calle. De una arquitectura neoclásica, con ventanas grandes y arcos de medio punto que finalizaban en una espectacular cúpula, tenía en su interior un ascensor y escaleras de madera de nogal. No sólo se vendían juguetes, también había artículos para dormitorios de niños, accesorios para mascotas, cuadros al óleo, quincallería y cristalería. Pero ya no está. Nos farreamos uno de los edificios más espectaculares de Santiago en tiempos en que el patrimonio no era una palabra que estuviera en nuestro disco duro. Y no fue hace mucho. En 1980, y luego de que el edificio estuviese parcialmente abandonado, pues sólo se arrendaban sus plantas más bajas, la firma de arquitectos de Juan Echenique Guzmán, Roberto Boisier Fernández y José Cruz Covarrubias diseñó una torres de vidrios espejo sin el más mínimo respeto por el entorno, la escala ni el contexto del barrio. “Junto con el palacio, se fue uno de los últimos vestigios de las viejas jugueterías tradicionales de Santiago, las que se instalaron hacia finales del siglo XIX y durante los primeros años del siglo XX. Casa Falconi, en Estado con Agustinas, Casa Hombo, en Ahumada con Nueva York, La Casa Francesa o la Feria Leipzig vendían juguetes importados de última generación: sables, cascos, aeroplanos, tiros al blanco, navíos, animales de felpa, juegos de construcción de marca «Meccano». Además, ofrecían un completo surtido de chocolates de la Casa Marquis, de París”, dice un artículo de El Mercurio sobre la muerte de esta industria. Que estas postales del recuerdo sirvan para reflexionar sobre nuestro vínculo con el pasado, para cuidar lo que todavía no se ha destruido y para entender que una sociedad que no conoce ni valora su historia difícilmente pueda tener un futuro auspicioso.