Nunca el nombre de una obra fue más consecuente con su situación actual. El mural “Terremoto” de Nemesio Antúnez, de unos 30 metros cuadrados y una belleza que deja boquiabierto a cualquiera, se encuentra absolutamente abandonado en el subsuelo de una galería del centro de Santiago. Un verdadero terremoto patrimonial. Para colmo, la obra que Antúnez pintó a fines de la década 50 sufrió daños en el terremoto del 2010, por lo que tiene grietas. Pero mucho más preocupante que los efectos ocasionados por ese desastre de la naturaleza, es presenciar el nulo cuidado que le entregan las personas que trabajan a su alrededor. Basta ver el letrero que dice “Escape”, pegado con cinta adhesiva sobre la misma pintura, o el plumavit que cubre gran parte de su base. Si quieren verlo con sus propios ojos, ideas que recomiendo, les cuento que no es difícil encontrarlo. A pocos metros de la Plaza de Armas se encuentra el Cine Nilo. Hay que bajar las escaleras, caminar hacia el cine, pedirle al señor que corta los boletos que los deje ver “un minutito” el mural, bajar la última escalera y ahí se encontrarán con este glorioso pedazo de arte, tan impresionante en tamaño como desilusionante en su triste situación actual. Si cuesta entender que los dueños de esa sala de cine no lo valoren, mucho más fuerte es enterarse de que fue declarado «monumento histórico» en julio de 2011, como consigna el periodista Miguel Ortiz en un artículo del diario La Segunda. O sea, un terremoto que también es administrativo, ¿pues para qué nombrar monumento una obra a la que no se le da la más mínima pelota? Son las contradicciones de vivir en un país que bordea el desarrollo económico pero que se mantiene muy pobre en materia cultural.