Qué irónico. Uno de nuestros más grandes artistas, el muralista José Venturelli (1924-1988), es famoso en países tan grandes como China e influyentes como Suiza, pero en Chile ni nos suena su apellido. Ya es hora de hacer justicia. De conocer y admirar a este inmenso personaje. Hay una anécdota que sirve para empezar a darle la importancia que se merece este genio. “En Berlín, se dio una curiosa apuesta entre Venturelli y (su amigo) Picasso. En un festival mundial de las juventudes por la paz, estando las mujeres de ambos pintores cerca de parir, acordaron que, como un homenaje al festival, pondrían Paloma a quien naciera primero y, a la otra, Paz. La hija de Picasso, Paloma Picasso, nació antes que la del chileno. Días después, Delia alumbra a Paz”, cuenta el escritor Marcelo Simonetti.
Venturelli no sólo fue amigo del famoso pintor cubista. También tuvo una relación de amistad cercana con El Che, con el artista mexicano David Alfaro Siqueiros y con Pablo Neruda. “Venturelli es mi amigo de muchos años, aunque yo he pasado los 50 y él apenas los 30. Personalmente es un gigantesco muchacho. No habla mucho. Se sonríe con los ojos y las manos: así lo han hecho siempre los pintores”. De esa manera describía Neruda a su compadre, un hombre tan importante en la historia del arte contemporáneo que en China, el 2004 fue declarado el año de Venturelli. Tan grande, que los vitrales que hizo en la iglesia de La Madelaine, Suiza, son patrimonio de la humanidad. Tan notable, que fue un hijo ilustre de Ginebra, ciudad donde vivió desde su exilio en 1974 hasta 1988. Tan respetado, que sus obras se reparten entre el Museo Metropolitan de Nueva York, la Pinacoteca de la Universidad de Concepción, el Museo de Bellas Artes de La Habana, el L´Hermitage de Rusia, la National Galerie de Berlín y el Centro Cultural Gabriela Mistral de Santiago (GAM).
“Venturelli abrió una línea nueva dentro de la pintura cuando la mayoría de los artistas locales sólo quería seguir los dictados de la Escuela de París y pintar como Dalí, como Leger, como Miró. Venturelli postulaba que había que mirar hacia el norte de América. A la tierra de la revolución mexicana, en donde las telas y los marcos habían sido reemplazados por las paredes de la ciudad”, explica Marcelo Simonetti.
Por eso es fácil entender su relación con Alfaro Siqueiros, un pintor altamente político que influyó como pocos a Venturelli. Cuando Siqueiros fue invitado por el gobierno de Chile a pintar un mural sobre la historia de nuestro país, «Venturelli le pidió que lo admitiera como uno de sus ayudantes en la realización del mural de Chillán. Siqueiros lo aceptó de inmediato. Fue un trabajo de meses en el que los discípulos cumplían religiosamente sus instrucciones. Sus ayudantes llevaban a cabo sus diseños y era un espectáculo cuando estaban manos a la obra: mamelucos pintarrajeados con todos los colores posibles, ensimismamiento en la tarea, rigurosa atención a las instrucciones del maestro que a veces les quitaba los pinceles para corregir él mismo algunos detalles», cuenta Luis Alberto Mansilla en la biografía que escribió sobre Venturelli. ¿Y saben cómo presentó Siqueiros a nuestro compatriota en una galería de arte en Ciudad de México? Como «uno de los mayores artistas sudamericanos, un maestro que no sólo es el creador de un arte revolucionario y popular, sino también un innovador, un grabador magistral, un muralista tan notable como los mejores de México”. ¿Qué tal? No se preocupe, a todos nos da un poquito de vergüenza haber perdido tantos años en conocer a José Venturelli. Pero, por suerte, nunca es demasiado tarde.
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