Fue en enero de 1951. Un acontecimiento inolvidable para la ciudad de Santiago. En esos días se inauguró el cine Gran Palace, un glorioso espacio para la entretención donde cabían 1400 personas, tan glamoroso como elegante. En Huérfanos 1176, los arquitectos Jorge Arteaga y Alberto Cruz Eyzaguirre construyeron un edificio que no dejaba detalle al azar y que incorporaba el arte público. Nemesio Antúnez, uno de los grandes artistas de nuestra historia contemporánea, recibió el encargo de pintar dos murales, uno frente al otro, en el acceso principal a la sala de cine. Una solicitud perfecta para un hombre que siempre se preocupó de democratizar el arte. Ya lo había hecho antes con el mural «Teremoto» en un edifico proyectado por el arquitecto Emilio Duhart (hoy está en el foyer del ex cine Nilo, cerrado hace algunos meses) y con «Quinchamalí», en el interior de la Galería Esteban Montero (hoy en lamentable estado). Esta vez, Antúnez trabajó en dos óleos sobre la pared, de más de cuatro metros de largo por casi tres de ancho, usando láminas de oro y plata para plasmar un sol y una luna, que es el nombre que tienen la obras. Como el cine Gran Palace fue cambiando su fisonomía, primero para transformarse en una sala triple en los años noventa bajo el nombre de Cinemundo y, desde 2010, como el nuevo Hotel Gran Palace, su actual dueño decidió emprender una tarea titánica: restaurar ambos murales y devolverlos a su máximo esplendor. Para eso, solicitó a la restauradora Clara Barber que se hiciera cargo del proyecto, que tuvo un desafío adicional: como los cuatro murales (Sol, Luna, Terremoto y Quinchamalí) son Monumento Nacional desde 2011, eso implica innumerables trabas y permisos para poder llevar a cabo una restauración (y ninguna ayuda del Estado, algo tan propio de nuestra inverosímil Ley de Monumentos). El resultado de este fantástico trabajo de restauración está a la vista y por estos días está previsto que los murales sean reinaugurados. Tan espectaculares como en 1960, año en que fueron presentados en sociedad.